Os presento estos dos artículos sobre las elecciones en EEUU para que realicéis las siguientes actividades:
1. Elige uno de estos dos textos y encuentra cuatro rasgos de subjetividad en cada uno, si es posible, de distintos campos.
2. Analiza las oraciones subrayadas.
VEREMOS
Espero que este sea el último artículo en el que escriba la
palabra Trump. Mañana veremos, pero casi todo apunta a que así será. La
mayoría de las encuestas indican que mañana, por fin, podremos dejar de
preocuparnos por la posibilidad de que un psicópata ocupe la Casa
Blanca. Mientras tanto, sin embargo, el clima en Estados Unidos se tensa
más y más. Y crece también la sensación de que, incluso si no gana, los
daños son ya irreparables.
La
semana pasada, una iglesia en Misisipi, de parroquianos en su mayoría
negros, amaneció quemada y con una pintada: “Vota Trump”. Hace unos
días, una alumna me contó que su jefe, en un gimnasio de Long Island
donde trabaja, le “recomendó” cambiarse la camiseta que llevaba puesta,
porque la camiseta decía: “Refugiados, bienvenidos”. No le recomendó lo
mismo al colega de trabajo de mi alumna, que llevaba puesta una de esas
gorras de Make America Great Again. Ayer por la noche, mientras
cenábamos y comentábamos estos temas, a nuestra hija de seis años se le
ocurrió una “solución”, por si ganase Trump: “Podemos dejar de hablar
español en la calle, para que nadie sepa de dónde somos, y ya”. Casi se
me cae el tenedor de la mano.
Durante todos estos meses oscuros en Estados Unidos mi
postura siempre ha sido que, incluso si ganase el personaje al que los
medios han alimentado y dejado crecer como un Tamagochi diabólico, nos
quedaríamos aquí. Nos quedaríamos, incluso, con más razón y más ganas de
hacer frente al odio y las muestras de violencia. ¿Qué otro deber
tendría un escritor si no encargarse, a su manera modesta, de que el
lenguaje tóxico y los discursos de odio en la comunidad en la que vive
no desgarren por completo el tejido social?
Aunque la respuesta que dimos a la “solución” de nuestra
hija fue que si ganase Trump, al contrario, nuestro deber era hablar
nuestro idioma más fuerte que nunca en las calles, por primera vez me
invadió una sensación de absoluta desesperanza. Estados Unidos es el
segundo país con más hispanohablantes, después de México: ¿cómo es
siquiera posible que un niño hispano, en un país con casi 40 millones de
hispanohablantes, sienta que su lengua es un motivo de vergüenza? Si
nuestra hija, viviendo en un barrio como Harlem, en una ciudad
cosmopolita y diversa, piensa algo así, ¿qué estarán pensando los
millones de niños hispanos que viven en el mundo del Make America Great
Again? Y si Trump por fin desaparece mañana, ¿va a desaparecer esa Great
America de muros, de iglesias quemadas, de niños avergonzados? Mañana
veremos, pero creo que no.
Valeria Luisell, El País de 7 de noviembre de 2016.
LA NOCHE CAE SOBRE WASHINGTON
La victoria del candidato republicano Donald Trump en las elecciones
presidenciales de Estados Unidos representa una pésima noticia para
todos los demócratas del mundo. Y se convierte, al mismo tiempo, en una
fuente de satisfacción y oportunidades para los enemigos de la
democracia.
El demoledor resultado de un demagogo, impredecible y, por lo tanto,
peligroso líder en su carrera a la Casa Blanca sume al mundo en la más
completa incertidumbre, con repercusiones económicas y geopolíticas
inmediatas. La conmoción sufrida por los votantes demócratas en Estados
Unidos es paralela a la que viven en las capitales europeas, que corren
el riesgo de verse abandonadas por Washington en un momento histórico
particularmente complicado por la conjunción de amenazas externas y una
importante crisis de identidad interna. Tras el Brexit, el resultado de Trump podría representar la puntilla al proyecto europeo, que EE UU siempre ha inspirado y protegido.
El electorado estadounidense ha demostrado que ninguna sociedad, por
próspera que sea y por más tradición democrática que tenga a sus
espaldas, es inmune a la demagogia, que promete soluciones rápidas y
sencillas a problemas complicados —como los efectos de la crisis
económica o la gestión de la inmigración— a la vez que apunta su
discurso de odio hacia cualquier minoría o colectivo que pueda servir de
chivo expiatorio. Da igual que sean los mexicanos, rebajados a la
categoría de violadores y traficantes de droga, las mujeres, tachadas de
intelectualmente inferiores, o los musulmanes, catalogados sin
excepción como terroristas. Esperemos que, como ha ocurrido en el Reino
Unido, las minorías no sean las primeras víctimas de esta ola de
fanatismo racista.
El voto emitido augura un negro futuro de inestabilidad económica e
incertidumbre política, máxime si Trump pone en marcha de forma
inmediata la agenda proteccionista con la que ha seducido a sus
votantes. Con su voto de ayer, los estadounidenses han decidido qué
papel desempeñará su país en el mundo, y este no tiene nada que ver con
lo que Estados Unidos ha logrado y representado durante los últimos 100
años. Millones de ciudadanos del país que ganó dos guerras mundiales en
defensa de la libertad y contra el totalitarismo y que durante medio
siglo empleó una ingente cantidad de recursos para proteger a las
democracias aliadas han dado su confianza a un hombre que considera que
la seguridad de EE UU depende de desentenderse de lo que sucede en el
mundo y de sus aliados históricos.
Un auténtico y peligroso infantilismo aplicado a las relaciones
internacionales con el que Rusia y China se estarán frotando las manos.
Pero no se puede decir que no haya habido señales claras. Por primera
vez en mucho tiempo ha habido sobre la mesa dos opciones no solo
diferenciadas, sino claramente antagónicas; la internacionalista y
multilateral defendida por Hillary Clinton frente a la aislacionista de
Donald Trump. Y ambas han sido claramente explicadas durante la campaña.
Ayer se consumó una brutal sacudida a los pilares sobre los que
descansa el orden internacional, ya sea el comercio o la seguridad
plasmada en la alianza entre las democracias. Y Europa es la gran
perjudicada de este terremoto político en al menos tres asuntos de vital
importancia: el primero es la consecución del Tratado Transatlántico de
Comercio e Inversiones (TTIP), que formaba parte fundamental de la
estrategia europea para reforzar el vínculo político con Estados Unidos.
El segundo es la amenaza yihadista, frente a la cual Washington ha
colaborado hasta ahora con sus servicios de inteligencia y con un
despliegue militar en el sur de Europa. El tercero es la urgente
necesidad europea de un respaldo inequívoco estadounidense en la crisis
político-militar con Rusia. El presidente Vladímir Putin ha realizado
movimientos impensables durante la Guerra Fría convencido de que Europa
es débil para responder. Y ahora puede contar además con la reticencia
de EE UU a intervenir. La UE tiene pues sobrados motivos para estar más
que preocupada por la deriva que pueda adoptar quien ha sido su aliado
más fiable.
El sistema democrático estadounidense ha demostrado funcionar con
total limpieza y transparencia y ser accesible a candidatos, como Trump,
que niegan ambas características al sistema y que anunciaban de
antemano que no reconocerían su derrota. Gracias a las previsiones de
los padres fundadores, que siempre tuvieron en mente la idea de que
alguien como Trump pudiera llegar a la Casa Blanca, la Constitución
dispone de un elaborado sistema de contrapesos destinado a evitar un
Gobierno despótico basado en la tiranía de la mayoría. Seguramente
dichos mecanismos tendrán que emplearse a fondo con Trump, que como
cualquier populista debe aprender que los votos no lo justifican todo y
que, en democracia siempre prevalece la ley, la libertad y los derechos
individuales.
El País de 9 de noviembre de 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario