miércoles, 9 de noviembre de 2016

RASGOS DE SUBJETIVIDAD EN LOS TEXTOS



      Os presento estos dos artículos sobre las elecciones en EEUU para que realicéis las siguientes actividades:
      1. Elige uno de estos dos textos y encuentra cuatro rasgos de subjetividad en cada uno, si es posible, de distintos campos.
      2. Analiza las oraciones subrayadas.

                              

VEREMOS                            

        Espero que este sea el último artículo en el que escriba la palabra Trump. Mañana veremos, pero casi todo apunta a que así será. La mayoría de las encuestas indican que mañana, por fin, podremos dejar de preocuparnos por la posibilidad de que un psicópata ocupe la Casa Blanca. Mientras tanto, sin embargo, el clima en Estados Unidos se tensa más y más. Y crece también la sensación de que, incluso si no gana, los daños son ya irreparables.
      La semana pasada, una iglesia en Misisipi, de parroquianos en su mayoría negros, amaneció quemada y con una pintada: “Vota Trump”. Hace unos días, una alumna me contó que su jefe, en un gimnasio de Long Island donde trabaja, le “recomendó” cambiarse la camiseta que llevaba puesta, porque la camiseta decía: “Refugiados, bienvenidos”. No le recomendó lo mismo al colega de trabajo de mi alumna, que llevaba puesta una de esas gorras de Make America Great Again. Ayer por la noche, mientras cenábamos y comentábamos estos temas, a nuestra hija de seis años se le ocurrió una “solución”, por si ganase Trump: “Podemos dejar de hablar español en la calle, para que nadie sepa de dónde somos, y ya”. Casi se me cae el tenedor de la mano.
      Durante todos estos meses oscuros en Estados Unidos mi postura siempre ha sido que, incluso si ganase el personaje al que los medios han alimentado y dejado crecer como un Tamagochi diabólico, nos quedaríamos aquí. Nos quedaríamos, incluso, con más razón y más ganas de hacer frente al odio y las muestras de violencia. ¿Qué otro deber tendría un escritor si no encargarse, a su manera modesta, de que el lenguaje tóxico y los discursos de odio en la comunidad en la que vive no desgarren por completo el tejido social?
      Aunque la respuesta que dimos a la “solución” de nuestra hija fue que si ganase Trump, al contrario, nuestro deber era hablar nuestro idioma más fuerte que nunca en las calles, por primera vez me invadió una sensación de absoluta desesperanza. Estados Unidos es el segundo país con más hispanohablantes, después de México: ¿cómo es siquiera posible que un niño hispano, en un país con casi 40 millones de hispanohablantes, sienta que su lengua es un motivo de vergüenza? Si nuestra hija, viviendo en un barrio como Harlem, en una ciudad cosmopolita y diversa, piensa algo así, ¿qué estarán pensando los millones de niños hispanos que viven en el mundo del Make America Great Again? Y si Trump por fin desaparece mañana, ¿va a desaparecer esa Great America de muros, de iglesias quemadas, de niños avergonzados? Mañana veremos, pero creo que no.
                                                                                        Valeria Luisell, El País de 7 de noviembre de 2016.
 
LA NOCHE CAE SOBRE WASHINGTON
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      La victoria del candidato republicano Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos representa una pésima noticia para todos los demócratas del mundo. Y se convierte, al mismo tiempo, en una fuente de satisfacción y oportunidades para los enemigos de la democracia.




      El demoledor resultado de un demagogo, impredecible y, por lo tanto, peligroso líder en su carrera a la Casa Blanca sume al mundo en la más completa incertidumbre, con repercusiones económicas y geopolíticas inmediatas. La conmoción sufrida por los votantes demócratas en Estados Unidos es paralela a la que viven en las capitales europeas, que corren el riesgo de verse abandonadas por Washington en un momento histórico particularmente complicado por la conjunción de amenazas externas y una importante crisis de identidad interna. Tras el Brexit, el resultado de Trump podría representar la puntilla al proyecto europeo, que EE UU siempre ha inspirado y protegido.



       El electorado estadounidense ha demostrado que ninguna sociedad, por próspera que sea y por más tradición democrática que tenga a sus espaldas, es inmune a la demagogia, que promete soluciones rápidas y sencillas a problemas complicados —como los efectos de la crisis económica o la gestión de la inmigración— a la vez que apunta su discurso de odio hacia cualquier minoría o colectivo que pueda servir de chivo expiatorio. Da igual que sean los mexicanos, rebajados a la categoría de violadores y traficantes de droga, las mujeres, tachadas de intelectualmente inferiores, o los musulmanes, catalogados sin excepción como terroristas. Esperemos que, como ha ocurrido en el Reino Unido, las minorías no sean las primeras víctimas de esta ola de fanatismo racista.
      El voto emitido augura un negro futuro de inestabilidad económica e incertidumbre política, máxime si Trump pone en marcha de forma inmediata la agenda proteccionista con la que ha seducido a sus votantes. Con su voto de ayer, los estadounidenses han decidido qué papel desempeñará su país en el mundo, y este no tiene nada que ver con lo que Estados Unidos ha logrado y representado durante los últimos 100 años. Millones de ciudadanos del país que ganó dos guerras mundiales en defensa de la libertad y contra el totalitarismo y que durante medio siglo empleó una ingente cantidad de recursos para proteger a las democracias aliadas han dado su confianza a un hombre que considera que la seguridad de EE UU depende de desentenderse de lo que sucede en el mundo y de sus aliados históricos.
      Un auténtico y peligroso infantilismo aplicado a las relaciones internacionales con el que Rusia y China se estarán frotando las manos. Pero no se puede decir que no haya habido señales claras. Por primera vez en mucho tiempo ha habido sobre la mesa dos opciones no solo diferenciadas, sino claramente antagónicas; la internacionalista y multilateral defendida por Hillary Clinton frente a la aislacionista de Donald Trump. Y ambas han sido claramente explicadas durante la campaña.



       Ayer se consumó una brutal sacudida a los pilares sobre los que descansa el orden internacional, ya sea el comercio o la seguridad plasmada en la alianza entre las democracias. Y Europa es la gran perjudicada de este terremoto político en al menos tres asuntos de vital importancia: el primero es la consecución del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), que formaba parte fundamental de la estrategia europea para reforzar el vínculo político con Estados Unidos. El segundo es la amenaza yihadista, frente a la cual Washington ha colaborado hasta ahora con sus servicios de inteligencia y con un despliegue militar en el sur de Europa. El tercero es la urgente necesidad europea de un respaldo inequívoco estadounidense en la crisis político-militar con Rusia. El presidente Vladímir Putin ha realizado movimientos impensables durante la Guerra Fría convencido de que Europa es débil para responder. Y ahora puede contar además con la reticencia de EE UU a intervenir. La UE tiene pues sobrados motivos para estar más que preocupada por la deriva que pueda adoptar quien ha sido su aliado más fiable.
      El sistema democrático estadounidense ha demostrado funcionar con total limpieza y transparencia y ser accesible a candidatos, como Trump, que niegan ambas características al sistema y que anunciaban de antemano que no reconocerían su derrota. Gracias a las previsiones de los padres fundadores, que siempre tuvieron en mente la idea de que alguien como Trump pudiera llegar a la Casa Blanca, la Constitución dispone de un elaborado sistema de contrapesos destinado a evitar un Gobierno despótico basado en la tiranía de la mayoría. Seguramente dichos mecanismos tendrán que emplearse a fondo con Trump, que como cualquier populista debe aprender que los votos no lo justifican todo y que, en democracia siempre prevalece la ley, la libertad y los derechos individuales.

                                                                         El País de 9 de noviembre de 2016.










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